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Temporada de Conciertos IMUC 2017: Música de cámara en otoño: En la aurora de la paz
mayo 9, 2017 @ 19:30 - 21:00
Martes 9 de mayo a las 19:30 hrs.
Salón de Honor, Casa Central UC, Avda. Libertador Bernardo O’Higgins 390.
Programa
Antonio María Valencia (1902-1952)
Motete O vos omnes
Misa de Réquiem
Introitus
Kyrie
Graduale
Tractus
Sequentia
Offertorium
Sanctus – Benedictus
Agnus Dei
Communio
Absolutio
Ensamble Íkaros
Sopranos: Daniela Matamala, Paulina Navarro, Virginia Barrios y Carolina Matus.
Altos: Víctor Muñoz, Elena Pérez, Rocío Rojas y Javiera Lara.
Tenores: Martín Aurra, Diego Arellano, César Sepúlveda, Igor Hernández y Gonzalo Quinchahual.
Bajos: Aníbal Fernández, Leonardo Aguilar, Marco Montenegro y Arturo Espinoza.
Dirección: Paula Andres Torres
Notas al programa
Sostenía Antonio María Valencia que la mayor aspiración de un hombre debería ser la de sobresalir un poco del nivel de sus pares. Este pianista virtuoso, nacido en Cali en 1902, esperó la gloria desde el día en que emigró en 1923 al encuentro de una amplia formación a manos de una lujosa nómina de profesores en la Schola Cantorum en París, quienes ampliaron su educación y potenciaron su enorme talento. La escuela, fundada en 1896, se concibió bajo ideales como el retorno a la tradición gregoriana, la restitución de la música en tiempos de Palestrina, entre otros, que resumen una misión específica y concreta para la enseñanza y difusión de la música sacra. Fue dirigida desde el año 1900 por Vincent d’Indy quien aplicó transformaciones radicales a los ideales de la institución para que respondiera a las “necesidades modernas”.
D’Indy es, quizás, la única figura de la música francesa que podría inscribirse en las filas de un nacionalismo al uso eslavo o hispánico. Fue el maestro de composición de Valencia y ejerció en él una gran influencia gracias a su atractivo carisma y una formación común religiosa y moral forjada en los dogmas de un acendrado catolicismo. Valencia regresó a Colombia en los años 30 rechazando la oportunidad de una exitosa carrera de intérprete internacional y se dio enteramente a la noble tarea cultural de la pedagogía que lo perfiló como precursor de la institucionalización de la enseñanza musical de su país.
Pero la hostilidad fue su anfitriona. Una sociedad apática, combinada con la envidia de músicos nacionales minaron su espíritu. Valencia, dueño de inagotable talento, carácter débil y adicto a la morfina, fue blanco de burlas e insultos que buscaban su desprestigio público debido a su condición de homosexual. Ensimismado y solitario, pero en ejercicio de la enseñanza, lo sorprendió la muerte un 22 de julio de 1952. Dejó una inmensa y variada obra con fuertes rasgos de nacionalismo y sólida técnica composicional de escuelas europeas como el Impresionismo. Su catálogo comprende creaciones para piano, música de cámara, música vocal, coral y sinfónica. Entre las más importantes está la Misa de Réquiem (1943), escrita para las exequias del insigne poeta coterráneo Guillermo León Valencia y que no sólo constituye una despedida a su amigo, sino a su intensa labor creadora.
A sesenta y cinco años de su muerte y correspondiendo a la expectativa generada en la sociedad colombiana por el momento histórico que representa el ocaso de una guerra mantenida por más de cincuenta años, va este homenaje a un colonizador de la cultura y una de las figuras más emprendedoras de la actividad musical en la primera mitad del siglo XX. Con la esperanza de que esta ofrenda conozca una Colombia distinta y las nuevas generaciones, forjadas en los ideales de la ‘reparación’, tengan una sensibilidad diferente a quienes vivimos el conflicto, para poder apreciar en su justa magnitud la valiosa herencia que dejó en su inventiva.
Paula Torres